Una turista australiana en Berlín conoce a un simpático profesor de inglés, hay química entre ellos, y terminan pasando la noche en el apartamento de él. Al otro día el profesor se va a trabajar y ella al tratar de salir no encuentra llaves así que se pasa el día encerrada. Cuando regresa, el tipo sigue igual de simpático pero la joven turista se da cuenta de que el encierro será permanente. La película es difícil de ver, por momentos incómoda y angustiosa, y a veces desesperante. Basada en la novela del mismo nombre de Melanie Joosten el título parafrasea el famoso síndrome de Estocolmo aunque la relación enfermiza que surge entre cautiva y captor es otra cosa. El ritmo de la película hace que se sienta con impotencia el tiempo en que transcurre el cautiverio, pero no es monótona. Por momentos surgen detalles que hacen que la chica se de cuenta que ella no es la primera, y así mismo se van descubriendo rasgos cada vez más inquietantes de la desequilibrada personalidad del tipo que sigue viviendo su vida diaria como si nada. La película no es para entretenerse, ni para pasar un buen rato pero merece ser vista. Al menos para sentir que las pequeñas manías de uno siguen estando dentro del rango de lo normal y para preguntarse cual de sus conocidos puede ser un psicópata degenerado. También sirve para descrestar a feministas y estudiosas de cuestiones de género diciendo que vio una película que hace una representación simbólica muy acertada del maldito heteropariarcado opresor.